sábado, 30 de abril de 2011

Animals Friendly en Paris





Como decía en otro post, los parisinos no son muy copados con los niños o bebés. Sin embargo, donde se llevan el primer premio es en Animals Friendly. Cualquiera que tenga animales aquí se siente un Dios. Se los trata tan, tan bien a veces que da escalofríos.
Me encantan las impresiones de algunos recientes inmigrantes africanos por ejemplo, continente donde la relación con los animales es bastante básica y no son jamás lo que se llama en Europa “un animal de compañía”. Citando un cuadro de la historieta de Aya de Youpougon (ya vendrá reseña más adelante) un primo recién llegado de Côte d’Ivoire considera que podría hacerse un buen caldo o guiso con una de esas palomotas que andan por el parque, a lo que una vieja decide actuar y atacarlo a paraguazos (¡”que salvajes estos africanos!” piensa la señora, mientras el joven africano piensa “que delirio esta gente dando de comer a las palomas!!”.
Pues sí, tener un bicho es una bendición para los parisinos. Y si bien los gatos se llevan históricamente el primer lugar, los perros vienen arañando el mismo puesto y toda otra fila de pequeños animales de compañía.
Así como decía que a Martín y a su mamá nadie les da bola, las veces que me  tocó salir con mi gato en su jaula, porque viajamos con él, mucha gente se me acerca a hablar y preguntarme por ella (si es nena, pero su especie es gato)
Hoy vimos en un bar una mujer agachada en la vereda. Estaba acompañando los primeros pasos de una pequeña tortuga. Al ratito un par de viejas se pararon a mirar la escena, enternecidas. Al minuto una señora con 3 chicos, alucinados con el animal.
Mientras tanto yo le daba la leche a Martín, estábamos sentados los 3 con el papá en una mesa de la vereda del mismo bar, tomando algo.
Cuando se fueron todos, le preguntamos qué edad tenía la tortuguita y contestó animada que un año y medio, y nos contó la historia. Un vecino la había levantado de no sé donde (¿se habría escapado?) y que como no tenía donde tenerla (los departamentos en Paris son en general muy chiquitos) se la dio a la dueña del bar que tiene jardín en su casa. Ahora bien, parece que todo esto fue un suceso para ella y su esposo porque nunca habían tenido una tortuga y como “especie protegida” (sí, leyeron bien) no sabía nada de su tratamiento o alimentación, además de no poder llevarla a un veterinario sin sobornarlo porque la tortuguita (como “especie protegida”) debería tener algún documento (supongo que con un papel de una “animalerie” que la haya vendido basta).
El relato me dejó pasmada y no paré de pensar en lo delirante, casi místico que me parecía. ¿Esta gente no tiene tortugas en su casa? ¿los chicos que se pararon alucinados, habrían visto alguna una, antes que esta? ¿qué alimentación especial puede tener una tortuga de tierra, común y corriente?
Martín dejó su mamadera un largo rato escuchando el relato (suponemos, también pasmado). Yo pensé que tuve como 3, todas con el mismo nombre (sí!! Manuelita!) porque se caían del balcón y mi viejo las reponía sin que yo, supuestamente, me diera cuenta. Yo la veía crecer de un día para otro, pero bueno, tampoco, en ese momento de mi vida, al igual que esta dama, sabía como era el comportamiento de las tortugas.
Ay, Martín, te prometo hacerte conocer tortugas y tenerlas también, aún en un balcón si querés.


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